Leer frente al ruido.
La página de Pep Bruno
Estos días que vivimos no tienen cabida para el silencio: el ruido, todo él, habita entre nosotros. Ruido en la calle, ruido en las casas, ruido en los corazones; pantallas que hablan, motores que suenan, ascensores que desafinan... no hay un hueco de silencio entre la mañana y la noche ni entre la noche y la mañana.
El perpetuo ruido se ha incrustado en nuestra cabeza, como un taladro ha llegado al centro de todo y allí se ha convertido en un zumbido constante, severo, contumaz.
Es más: el ruido que hemos tragado y tragado y tragado ahora nos habita y mana, incluso, de nosotros. Ni siquiera bajo el agua es uno capaz de sentir la blanca estepa del silencio, de percibir la sólida presencia del silencio, de dejarse acariciar por el teciopelo suavísimo del silencio.
El ruido es el rey de nuestros días.
Y frente al ruido incontenible leer se convierte en un acto de rebeldía: sentarse y abrir un libro es acallar todas las voces estridentes, es quebrar la continuidad del ruido, meterlo en un saco y lanzarlo al fondo del pozo y entonces permitir que, de nuevo, aparezca el silencio. Abrir un libro es tumbarse en una pradera en calma, territorio fértil para soñar historias, para imaginar, para escuchar y escucharnos.
Abrir un libro es llenar el mundo de silencios, de esos silencios imprescindibles para la emoción, para sentir que respiramos, que cerramos los ojos, que somos.
La página de Pep Bruno
Estos días que vivimos no tienen cabida para el silencio: el ruido, todo él, habita entre nosotros. Ruido en la calle, ruido en las casas, ruido en los corazones; pantallas que hablan, motores que suenan, ascensores que desafinan... no hay un hueco de silencio entre la mañana y la noche ni entre la noche y la mañana.
El perpetuo ruido se ha incrustado en nuestra cabeza, como un taladro ha llegado al centro de todo y allí se ha convertido en un zumbido constante, severo, contumaz.
Es más: el ruido que hemos tragado y tragado y tragado ahora nos habita y mana, incluso, de nosotros. Ni siquiera bajo el agua es uno capaz de sentir la blanca estepa del silencio, de percibir la sólida presencia del silencio, de dejarse acariciar por el teciopelo suavísimo del silencio.
El ruido es el rey de nuestros días.
Y frente al ruido incontenible leer se convierte en un acto de rebeldía: sentarse y abrir un libro es acallar todas las voces estridentes, es quebrar la continuidad del ruido, meterlo en un saco y lanzarlo al fondo del pozo y entonces permitir que, de nuevo, aparezca el silencio. Abrir un libro es tumbarse en una pradera en calma, territorio fértil para soñar historias, para imaginar, para escuchar y escucharnos.
Abrir un libro es llenar el mundo de silencios, de esos silencios imprescindibles para la emoción, para sentir que respiramos, que cerramos los ojos, que somos.
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